crÓnicas de la transmurciana
De Murcia a la Ribera de San Javier


Murcia, catedral


Día Primero
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Es el siete del mes de julio, año de 2009, martes, día sin macula. Dan las siete en el reloj de la iglesia del Carmen. Se levanta el viajero y comienza los preparativos para estos días de pedaleo.
Otra vez solo. Pretende recorrer el Sureste de esta querida región suya. ¿Todo preparado? Parece que si, aunque a la desesperada, que el viajero anduvo por tierras sorianas, eso sí, sin bicicleta, y le ocupo todo el fin de semana y aun el lunes hasta atardecido. Por la noche bajo los tracks, los numeró correlativamente y los envío al gps. Olvidó, con las prisas, adaptarlos al tamaño necesario y pronto sufrirá las consecuencias de su torpeza.

El día amanece como cualquier otro de verano en Murcia, caluroso y seco, de un cielo azul casi blanco que duele al mirarlo.
Se dirige el viajero hacia la plaza del cardenal Belluga, allí, se hará la foto de rigor ante el imafronte de la catedral. Le vienen recuerdos de jornadas anteriores, del año pasado, casi verano, finales de junio y un calor de similar dureza. Junto a dos compañeros recorrieron todo el Norte de la región, desde Lorca a Fortuna, pasando por Moratalla para comprobar las posibilidades de la Transmurciana. Con este y otros pensamientos, casi sin darse cuenta esta a las puertas del Valle. Allí; como un faro marcando el camino, luce su blancura contra el gris brumoso de los pinos el santuario de la virgen de la Fuensanta.

A pesar de lo temprano de la hora el calor se deja notar en la subida al Relojero. Ya en el descenso del camino de los Puros hacia el desfiladero del Garruchal se acaba el track, esta visto que en esta vida la felicidad no puede ser completa. En este tramo no le importa demasiado ya que forma parte de sus recorridos habituales, pero si para los próximos. El viajero, que es de entendederas normalitas, se las apaña como puede con la nueva tecnología, pero no entenderá nunca cosas como esta. Porqué tiene que estar limitada la cantidad de puntos a introducir en el gps cuando admiten tarjetas de varios gigas.

Llega a Riquelme. Quiere dirigirse a Sucina y no puede. Los caminos cortados. Contra el orden natural de las cosas surgen estos setales de ladrillo en medio de los campos. Malhumorado tiene que dar un rodeo para llegar a Sucina y para no sufrir los martirios de Tántalo decide almorzar suficientemente que más vale pájaro en mano que…

Por un camino franqueado por adustas alambradas que parecen estar hechas de polvo y oxido abandona la población para introducirse en un erial de encanto indefinible. El paisaje, dominado por el sol cenital, se vuelve plano y sin contraste. Pinos, almendros y algarrobos. Éstos muestran su natural verde grisáceo más blanquecino y descolorido que de costumbre. Solo cigarras y lagartos parecen encontrarse a gusto.

El Pinar de Campo Verde, hace honor a su nombre, pero no tanto al apellido. El Viajero lo pasa sin pena ni gloria.

Llega a una pequeña vaguada que supone el cauce del Río Seco, se introduce por él más por convicción que por ganas. El Primer trecho va andando. El segundo mitad y mitad. Pronto se alegra de llevar poco equipaje, de ir a plena carga, superar el obstáculo de la carretera se le hubiera hecho difícil, igual que la bajada del trasvase. En tercer trecho, de los cuatro en que ha dividido el viajero el cauce de este Río Seco, más que nada porque así le ha parecido y espera que al lector no le parezca mal, se le ha indigestado la maleza y el barro. A pesar de hacer honor a su nombre, en algún tramo lleva el agua suficiente para chapotear en el barro hasta más arriba de los tobillos.
Y si el lector tiene a bien adentrarse en el cuarto trecho, será azotado de forma inmisericorde por cañas y maleza hasta que le duelan los dedos, le escuezan las pantorrillas y se le hinchen los labios.

Liberado ya del castigo y aprovechando su entrada en la Torre de la Horadada decide ofrecer las correspondientes libaciones a las divinidades del lugar. Las altas temperaturas justifican un alto en el camino y este es un buen lugar. Refrescado por una ligera brisa –la cerveza realiza funciones única y exclusivamente de hidratación- reanuda su caminar –lo de caminar es una licencia literaria del autor, lo que en realidad hace es pedalear- y lo hace junto al mar, siguiendo la línea de costa, unas veces entre calles, otras por la misma playa, otrora por el paseo marítimo. Descubre así un coqueto hotel junto al mismo, en la Ribera y decide que es un lugar tan bueno como otro para quedarse.

La laguna, ya desembarazada de los últimos rayos del sol invita al baño. Permitirá el lector que el viajero se solace convenientemente lejos del control del autor y que los dos interrumpan aquí la crónica del día, que mañana será uno nuevo, a la sazón tan caluroso como éste.

Mariano Vicente, Murcia julio 2009

Guía Práctica

Salida: Murcia
Llegada: La Ribera de San Javier
Época: Todo el año.


 

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