crÓnicas de la transmurciana
De la Ribera de San Javier a la Unión


Pedaleando por el Mar Menor


Día segundo. (De La Ribera a La Unión)

Después del baño: cenó, se acostó y durmió casi como un bebe. Madruga, recoge y se despide de esta habitación y de este hotel, más viejo que antiguo pero acogedor.

El sol y el viajero comienzan juntos la nueva jornada en el mismo lugar donde la dejaron la víspera. Paseo marítimo adelante, hacia el Sur.

Los cuarteles le obligan a salir a la carretera y encuentra un buen lugar para desayunar. Al fondo del local una televisión está a punto de retransmitir el encierro pamplonica. Con nostalgia y un café en la mano revive sus tiempos mozos. Hace tanto tiempo que dejo de correr entre los astados ¡treinta años ya! desde que se caso, su mujer no le deja.

Hoy quizá tenga suerte. Descubre un cielo cubierto por el Este, oscuro y cómodo. Se las promete felices y su rostro se ilumina con una sonrisa que le idiotiza la expresión. Aunque él no lo sabe y pedalea tan tranquilo. Hasta llega a entretenerse haciéndose fotos subido en la bici.

Poco después, el amigo Felipe vuelve a mostrar su vena aventurera y hace meterse al viajero en un pequeño embrollo.

Esta junto al mar, en la desembocadura de una rambla en la que la marea se introduce hacia el interior. Por donde c… paso.

El viajero, tozudo él, se descalza, hecha la bici al hombro y comienza a andar por el fango. Ya al otro lado piensa que es mejor y más comodo cruzar por el puente de la carretera que esta a menos de doscientos metros.

Pedalea ahora entre palmeras que ondulan lascivamente con la brisa templada de la mañana. Las nubes, que tan buenos presagios habían producido, se disipan al mismo tiempo que el sol se eleva en el horizonte.

En Cabo de Palos el sol ya es un verdadero “sol murciano” de julio. Decide el viajero agasajar a las ninfas del lugar con unas libaciones, las acompaña con una muy buena tortilla española. Se la come casi toda, tiempo hacía que no la comía tan buena por estas latitudes.

Sale de Cabo de Palos por Cala Reona y comienza su caminar –expresión adecuada ya que el sendero no permite demasiadas alegrías- por el GR-92, bordeando la costa por una zona minera de la que dan testimonio numerosos pozos de ventilación.

A este trozo de costa quizá no le correspondan los adjetivos de grandioso o sublime, pero producen al viajero una profunda e intensa sensación de simetría entre el mar y la sierra, el azul y el ocre, el húmedo batir de las olas y el silencio de los campos agostados.

La caminata bajo este sol implacable ha convertido al sillín en un cilicio de cuero recalentado sobre el que el viajero, sin más remedio, tiene que subir a horcajadas. Calblanque bien merece una visita más sosegada que el viajero se promete para la próxima primavera. Comienza una suave subida que pronto se hace penosa. El aire quieto, pesado, asfixiante. Solo las cigarras se atreven a elevar su nota discordante. El camino sale de la rambla, se suaviza y refresca, bordeando por el norte los cerros costeros.

Polvo, sudor y lagartos. Campos yermos, incultos, baldíos. De pronto un verdadero oasis, una fuente de agua fresca y cristalina. El entorno es nuevo, la fuente, antigua. Recostado a la sombra de un pino, al viajero le embarga un sopor contra el que no esta dispuesto a luchar: se duerme. Repuesto, continua su pedalear entre antiguos campos de labor hoy abandonados y polvorientos. Surge, de pronto, como por ensalmo: una pinada, y en ella una urbanización: La Manga Club. El lugar no tiene historia vieja –al menos que él sepa- todo es nuevo, recién construido a mayor gloria de sus acaudalados moradores.

El itinerario se introduce ahora por un camino bien trazado, que parece antiguo y cada vez más empinado. A la izquierda antiguos restos de explotaciones mineras; olvidados, calcinados por el sol y la dejadez.

El viajero debe pagar de nuevo su precipitación al preparar el viaje. Ha perdido la referencia, no conoce el lugar y prefiere no arriesgar. Decide continuar por el camino que trae. Al fondo, en el valle se ve una población, casi con toda probabilidad el Llano del Beal donde podrá hidratarse convenientemente.

Continúa bajo un sol abrasador por un asfalto, negro y casi líquido, del que se evaporan efluvios que embotan los sentidos. El viajero no tiene su mejor momento, esta deseando llegar a la Unión, no esta seguro de llegar a Cartagena.

En la Unión no se ve un alma por la calle, este sol murciano, implacable y tozudo de julio te condena a la sombra y a la astenia. Se encuentra el viajero sumido en estas y otras divagaciones cuando ve llegar un tren pequeño y presumiblemente fresco, lleno de promesas. Sin pensarlo sube en él y en él ira a Cartagena. Concluye aquí su recorrido en bicicleta por hoy. Se repone comiendo unos helados mientras espera al tren que le llevará a su casa, a Murcia, donde dos días antes comenzó todo, no sin antes hacerse la promesa de regresar y terminar lo que empezó. Pero esta vez sin los rigores del verano.

Mariano Vicente, Murcia julio 2009

Guía Práctica

Salida: La Ribera de San Javier
Llegada: La Unión
Época: Todo el año.


 

| TransMurciana | historía | blog | foro | transmurciana@g mail.com |

TransMurciana Copryght © Mariano Vicente.Murcia 2008, R.P.I. nº 08/2009/544
Maquetación con Hojas de Estilo en Cascada CSS © 2005 Raúl Pérez