Hace un día gris y desapacible, amenaza lluvia, pero el viajero cree que se quedará en eso. Se encuentra junto al puente de Alambre que cruza el río Segura en Cieza. En frente, la mole de la Atalaya y un bonito camino para llegar hasta ella: el zig-zag.
Inicia el viajero la subida con entusiasmo, aunque sabe que va a sufrir, pero también sabe, por los años vividos en la que el Régimen denomino Perla del Segura, que las vistas merecen la pena.
Sentado a los pies de la ermita de la virgen del Buen Suceso reflexiona sobre el itinerario que va a seguir; mientras contempla en el cerro de enfrente, los restos del antiguo castillo árabe. Continuara por el GR-7 en su tramo hasta Calasparra que forma parte de la Transmurciana.
Repuesto de la subida y tras charlar un buen rato con un paisano de las bondades del paisaje que contemplan, cada uno continua su marcha; el paisano corriendo y el viajero en bicicleta.
El GR continua a media altura primero, para descender más tarde en busca del Camino Viejo del Cajitan, que entre campos de labor y manchas de pinar se abre paso hacia el embalse del Cárcabo, lugar en el que el viajero ya detuvo su marcha en un par de ocasiones, al encontrarse el camino cortado por la crecida de la rambla. En esta ocasión tiene suerte y las colas están secas. Las cruza arriesgando en alguna que otra bajada, cortas pero intensas.
Ya al otro lado el GR se entretiene entre vueltas y revueltas hasta que se decide, finalmente, a rodear el Almorchón por su cara Este y Norte, pasando entre éste y el fotogénico Peñón de Antonio, más largo que por la cara Sur pero con mejores paisajes. Comienza una subida que nos permitirá contemplar el valle del Segura entre Calasparra y Cieza y gran parte de las sierras colindantes.
Al viajero; poco entrenado y algo relajado, entre fotos, el poco madrugar, añoranzas y la contemplación del paisaje, se le ha hecho algo tarde. Su intención era almorzar en Calasparra y regresar luego visitando las salinas de la Ramona y la central de Almadenes, pero se va a tener que conformar con una barrita y un trago de agua de la fuente del Obispo. Continúa confiado el viajero hasta llegar al área recreativa de la fuente, y para su sorpresa, no mana ni una gota.
A pesar de estar nublado, ha bebido quizás demasiado y sus reservas no son muchas. Busca en su mochila algo que llevarse a la boca, pero solo encuentra una triste y vapuleada barrita de colores desvaídos y la fecha de caducidad casi borrada. Se pone las gafas y comprueba algo que ya suponía, la barrita no es de este año, ni siquiera del pasado, pero es lo único que tiene y no está dispuesto a prescindir de ella. Abre la frágil envoltura con la esperanza de ventilarla y que mejore algo el olor ya que el sabor será imposible.
Después de muchas vueltas consigue tragarla, a costa de la poca agua que le queda. Está sopesando la posibilidad devolverse, aunque decide continuar, al menos, hasta las casas del pantano. Quiere el viajero probar suerte y pedir un poco de agua. Llama al timbre y le responde una vos masculina.
-Buenos días, voy de ruta por la zona y me he quedado sin agua. ¿Podría darme un poco?
Hay una respuesta afirmativa y la verja comienza a abrirse. Aparece una joven pareja con una botella de agua en la mano. Son los vigilantes del pantano; él le comenta que la beba con tranquilidad, que es de osmosis. Ella lo solitario que es el lugar y las pocas visitas que reciben. Charlan un rato, el viajero propone hacerles una foto. Ella; coqueta, alega razones personales y propone que sean los hombres los que salgan en la foto y se ofrece, a cambio, a inmortalizar el momento.
Se despide el viajero de esta amable gente para continuar su camino. Llega al pantano y se echa alguna foto sin entretenerse mucho, le intriga comprobar cómo ha quedado la sierra del Molino después del incendio que sufrió en setiembre de dos mil diez.
Contempla el viajero con congoja un paisaje desolado y triste. Decide continuar, seguir el camino y subir por la solana de la sierra entre polvo y ceniza. Tocones; de hasta hace poco orgullosos gigantes, jalonan el camino pintados del negro color de la estulticia humana. Lo que antes era un fresco bosque de pinos se ha transformado en árido desierto, ni siquiera el esparto alegra el paisaje. Se detiene el viajero en el collado, juste en el límite entre el negro y el verde, entre la tristeza y la alegría.
Más animado decide el viajero dar la vuelta aquí y regresar a Cieza, pero antes visitará las antiguas salinas de la Ramona, hoy abandonadas.
Es tarde, y después de la visita, el viajero decide cambiar sus planes y regresa directamente por carretera hasta Cieza. Llega cansado donde ha dejado el coche, pero la ruta ha merecido la pena, bonitos y espectaculares paisajes esperan a los ciclistas que recorran este tramo de la Transmurciana.
La zona de la sierra del Molino esperamos todos que pronto este restablecida.
Murcia, marzo de 2011.
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